El Gobierno se apresta a ingresar en el último cuarto del mandato de Alberto Fernández como presidente sin haber logrado evitar, de momento, que sus propias internas entorpecieran la gestión ni haber ofrecido, por ende, respuestas convincentes a los problemas más acuciantes de la población, con la inflación y la inseguridad al tope de esa nómina.
Por Emiliano Rodríguez* .
Es cierto que los tres primeros años de labores de Fernández como cabeza del Poder Ejecutivo nacional se vieron claramente condicionados por la pandemia de coronavirus y sus consecuencias primero, y luego, aunque en menor medida aquí, por la guerra en Ucrania tras la invasión por parte de Rusia: ambos acontecimientos sacudieron variables sanitarias, sociales, económicas y hasta políticas a lo largo del planeta.
Pero en la Argentina, incluso en ese contexto excepcional y en esta coyuntura tan particular por la que transita el país, con un proceso de empobrecimiento sostenido de la sociedad desde hace largos meses por la disparada de precios y una violencia criminal que el Estado no consigue maniatar, el Gobierno dilapidó valioso tiempo y energías en rencillas de poder que hoy mismo continúan entre los distintos clanes que integran el Frente de Todos (FdT).
Se trata éste de un momento que demanda decisiones estratégicas y una sintonía final dentro del oficialismo para avanzar en pos de objetivos de máxima, pensándolos hasta en clave proselitista llegado el caso. Sin embargo, no da la sensación de que el FdT consiga dar finalmente ese paso de gigante, mientras en el seno de la coalición gobernante admiten que la relación entre Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner «está rota y eso no va a cambiar».
Justamente la titular del Senado reapareció en público este viernes en Pilar: su primera presentación en un acto masivo desde el intento de magnicidio registrado frente a su casa del barrio porteño de Recoleta hace poco más de dos meses. Y en ese marco admitió que el pueblo argentino ha perdido la alegría y que el sueldo no alcanza para llegar a fines de mes.
No reconoció e incluso negó enfáticamente que aquel Frankenstein electoral que de manera magistral pergeñó en 2019 para expulsar a Mauricio Macri de la Casa Rosada se hubiera convertido en un fracaso de gestión una vez asumido Fernández como jefe de Estado: «Las decisiones políticas hay que evaluarlas en el momento en el que fueron tomadas», esgrimió. De cualquier modo, ¿cuál sería la finalidad, en este contexto, de asegurar, «Sí, me equivoqué»?.
Volviendo al punto, si el objetivo original se cumplió, entonces aquella determinación podría tildarse de exitosa, ¿o no? El FdT consiguió imponerse en los comicios de hace tres años y desbancar a Macri, correcto; pero desde entonces la gestión de Fernández no ha logrado avanzar más que a los tumbos y evidenciando serios inconvenientes para consensuar puertas adentro programas de gobierno: es decir, qué se debe hacer y cómo se debe hacer lo que se considera conveniente.
Cristina y su rol de «observadora externa».
Ahora, cuando el oficialismo se prepara para doblar la curva e ingresa en una instancia decisiva después del Mundial de fútbol de Qatar, con vistas a las próximas elecciones generales, una espada de Damocles pende de la cabeza de quienes recurrieron a ese as bajo la manga llamado «Fernández presidente» para vencer a Cambiemos en las urnas en 2019: hoy son ellos los que deben dar respuestas que no encuentran.
La postura de supuesta «observadora externa» de su propio Gobierno en la que ha pretendido enrolarse Cristina últimamente no la exime -en absoluto- de sus responsabilidades. Incluso en el seno de la coalición existen quienes creen que sea cual fuera el candidato a presidente del FdT en los comicios que se avecinan, Fernández, la propia titular del Senado, el emperifollado «superministro» de Economía, Sergio Massa, o cualquier otro, ninguno logrará encarnar una propuesta electoral competitiva si las variables económicas no acompañan.
«No es una cuestión de nombres», dijeron a NA fuentes del oficialismo, que agregaron que la sociedad, por lo general, vota en función del bolsillo. Y en ese contexto, «está muy difícil la elección de 2023», indicaron. Quizás esas previsiones económicas que maneja el Gobierno, de carácter desalentador, con vistas al año que viene son las que forzaron al FdT a impulsar una estrategia electoral decididamente «anti-macrista» en los albores de la campaña proselitista.
Evitar el regreso del partido amarillo al poder, bajo el paraguas de la coalición de centro-derecha Juntos por el Cambio, parece haberse transformado en el objetivo cardinal del oficialismo durante el último cuarto del mandato de Fernández: «Hay que hacer todo lo posible para que no vuelva el macrismo porque ya sabemos lo que fue y sabemos que vienen a hacer lo mismo, pero más rápido», dijo las fuentes consultadas por esta agencia.
En Pilar, Cristina cuestionó en duro términos a la gestión que lideró Macri desde 2015 hasta 2019, pero Fernández fue más allá durante un acto en Santa Fe junto al ex presidente de Bolivia Evo Morales: el primer mandatario, radicalizando cada vez su discurso, abogó por la «unidad en la diversidad para enfrentar a la adversidad» y al respecto, subrayó: «La adversidad se llama derecha; compañeros, entendámoslo. La adversidad no está entre nosotros, está enfrente. Nos sigue amenazando todos los días, un día le ponen la pistola en la cabeza a Cristina y otro día le ponen la pistola al pueblo argentino».
Embarcado en esta suerte de cruzada «anti-Macri» como salvavidas electoral e incluso conocedor de sus propias dificultades para promocionar los logros de gestión alcanzados hasta el momento, el Gobierno sabe además que los tiempos que se avecinan son complejos: en especial porque, aparte del factor económico, no es de esperar que aminoren las disputas por poder y trascendencia mediática en el FdT, sino todo lo contrario.
«Está claro que fallamos en la comunicación», dijo otra fuente consultada por NA. «Los pocos éxitos que conseguimos no los gritamos como un gol y las veces que lo intentamos siempre terminamos tapados por las peleas en la coalición», agregó. En general, el oficialismo no ha podido incursionar de manera genuina y convincente en el sistema nacional de medios de prensa, de no ser por su propio andamiaje de propaganda oficial.
Es decir, Argentina: un país regido por un Gobierno fracturado internamente, con evidentes complicaciones en lo que se refiere a la toma de decisiones, en deuda con sus propios votantes y en falta con el resto de la sociedad, y además con problemas para comunicar lo que, en algún momento, le sale bien. ¿Qué panorama podría resultar más sombrío para el FdT de cara a 2023?
¿Tiene con qué Fernández para buscar una reelección?
El tic-tac electoral suena cada vez con mayor intensidad de cara a los comicios generales que se avecinan, aunque el tablero recién se está empezando a acomodar. Probablemente hacia marzo del año próximo el panorama empiece a aclararse. En lo inmediato, incluso en este contexto un sector del oficialismo arenga a Fernández para que vaya en busca de la reelección, en medio de chicanas de parte del kirchnerismo para esmerilar sus eventuales aspiraciones de renovación de mandato: la pregunta que se impone es, ¿tiene con qué el presidente para intentarlo?.
Las imágenes de un Gobierno deshilachándose que ofrece la propia administración Fernández de la puerta de Balcarce 50 hacia afuera, con un éxodo de funcionarios que parecen huir de regreso a sus distritos de origen al grito de, «Sálvese quien pueda», además de generar incertidumbre en la sociedad, desencadenaron una suerte de clima de excitación en continuado en el seno de la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio.
Allí persistieron en los últimos días los cruces entre «halcones» y «palomas» de PRO, con una desproporcionada embestida de la presidenta partidaria, Patricia Bullrich, sobre el sector más moderado que lidera el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, también aspirante la primera magistratura en 2023, como la ex ministra de Seguridad.
Con 66 años, pero en el mejor momento de su trayectoria política, Bullrich dejó en claro en las últimas horas que está dispuesta a ir por todo en su afán de competir por la Presidencia de la Nación el año próximo, incluso cruzando límites a simple vista riesgosos si es necesario con tal de alcanzar ese objetivo. Hasta aquellos que observan atónitos su encarnizada ofensiva contra el larrestismo consideran que tiene más para ganar que para perder en términos electorales aún.
Paradójico o no, hasta su archienemiga política Cristina Kirchner abogó en Pilar este viernes por una campaña sin agravios ni violencia con miras a la votación de 2023, apenas días después de que se filtrara un video que muestra a Bullrich amenazando con «romperle la cara» al jefe de Gabinete de la ciudad de Buenos Aires, Felipe Miguel, durante un encontronazo entre ambos en La Rural en ocasión de la presentación del libro «Para qué» de Macri.
Justamente el ex presidente podría reunir la semana que viene a Bullrich y a Rodríguez Larreta en un nuevo cónclave de conciliación, buscando bajarle los decibelios a la feroz interna en PRO una vez más, después de que se redujera a cenizas el pacto de no agresión alcanzado semanas atrás durante el tan mentado almuerzo en Costanera Norte luego de los incidentes registrados a fines de agosto cerca de la casa de Cristina en Recoleta, días antes de su intento de asesinato.
Quien se frota las manos mirando equidistante y con una cubeta de pochoclos la pelea entre los dos pesos pesados de PRO es la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, que también abriga esperanzas de competir por la Jefatura de Estado y, en el actual contexto, podría mostrarse como una alternativa válida para escapar por arriba de la profunda grieta en la que se encuentra inmerso el partido amarillo, con Bullrich y Rodríguez Larreta ubicados claramente en extremos antagónicos.
(*) – Director periodístico de la agencia Noticias Argentinas (NA); erodriguez@noticiasargentinas.com.ar; TW: @efrodriguez012.